domingo, 18 de septiembre de 2011

Amanecer



Está oscuro, siempre está oscuro.
-¿Dónde están mis zapatos? -dice tanteando el piso debajo de la cama- Aquí están, bien. Estos niños pasan pateando todo -murmura por lo bajo.
-¿Pasa algo? -pregunta su esposa.
-No mi amor, todo está bien. Descansa un rato más. -Está oscuro. ¿Acaso nunca acabará esta situación?, piensa.
Toma su ropa y se viste. No tiene inconvenientes pues siempre la dispone en el mismo lugar.
Camina.
Uno, dos. Un poco a la derecha. Uno, dos. A la izquierda. Oye la respiración tranquila de sus hijos. Todo bien. Uno, dos, tres, cuatro. El agua que cae dentro del depósito del inodoro le indica el baño. Entra.
Frente a un inútil espejo que no le devuelve ninguna imagen se lava el rostro y se lo imagina. Tampoco hay reflejo alguno en el agua. Las gotas que caen de su barba no hacen círculos concéntricos. Todo es estático.
A su izquierda está la toalla. La toma, se seca la cara y la coloca prolijamente en su lugar.
Peina sus cabellos hacia atrás, es más fácil. Siempre se imagina su peinado. Sus cabellos son rubios, o castaños, o negros. ¿Tal vez pelirrojo? Hoy tiene ganas de que sean castaños.
-¿Cómo es el color castaño? –dice- De niño me decían que mis cabellos eran muy rubios, como el trigo maduro.
No desayuna, no porque no sepa prepararlo, sino que tiene miedo. Una vez golpeó el sartén con aceite caliente y estuvo a punto de incendiar el apartamento donde vivían en el block central del condominio estatal.
Toma su bastón de aluminio blanco. No usa perro lazarillo porque lo domina a la perfección. Para salir de su casa baja las cuatro escaleras, es claustrófobo, no usa el ascensor, y pisa la vereda. Sigue oscuro, pero siente la tibieza del sol en su mejilla derecha. Lo enfrenta y camina esquivando las puertas de los comercios recién abiertos y una mesa con sombrilla que el dueño del café al paso de la esquina ubica todos los días, a veces lejos, a veces cerca de la pared.
Gira a la derecha.
Los seis charcos de esta cuadra siempre se forman en el mismo lugar, y teniendo en cuenta qué tanto ha llovido la noche anterior, adivina lo ancho y lo profundo de cada uno de ellos. Para eso sirve el bastón, se puede saber qué tanto se le hundiría a uno el pie si pisara el barro.
En ese camino los aromas de frutas y cebolla le sirven de guía; ya se acerca la casa con el perro que se siente amenazado por el bastón metálico que golpea el piso. Al pasar frente a él finge que no le importa, pero luego ladra estrepitosamente, de tal modo que siempre le hiela la sangre. Lo sabe, pero no puede superarlo.
La voz robótica le lee sus emails. Un teclado en lenguaje táctil le facilita la escritura. Una impresora especial llena la hoja de papel de puntos de alto relieve.
Por el ruido de sus pasos, sabe quién se acerca y quien sale de la oficina.
Carla cambió de perfume, piensa.
Pura rutina. Siempre oscuro.
Su familia se va acostando en distintos horarios. Lo normal en cualquier familia. Él se queda un rato en silencio hasta que se duerme, no recuerda haber soñado alguna vez algo. ¿Con qué soñar? Sus oídos, su olfato y su tacto le brindan información. ¿Cómo lograr soñar algo con esa información? Quieto en su lecho repasa lo que leyó hoy en un spam, se dice que llega a la ciudad, que a media mañana se lo espera.
Al salir de su casa no gira a la derecha, sino que se dirige hacia la terminal. Lo sorprende, aunque debería haberlo imaginado, una multitud que también lo espera. Con su bastón no logra que le concedan alguna prioridad.
-¡Allí está! -grita alguien.
-¿Dónde, dónde? -grita otro.
-¡Allí, allí! -dicen a coro y se produce la corrida. Hay amontonamiento y apretujones. Alguien se cae y lo pisan. Nadie se detiene.
-¿Dónde está?  -Suplica a gritos.
-¿Dónde está? -repite, pues la reacción de la gente lo desorientó y no sabe hacia dónde dirigirse.
La oscuridad lo rodea, pero logra orientarse y también corre.
-¡A mí! -grita a todo pulmón- ¡Por favor, a mí!
Una mano de tenaza se cierra alrededor de su brazo y lo empuja hacia delante. Pierde su bastón. Choca contra un muro de personas que no le ceden con facilidad el paso. La mano firme lo empuja más adelante.
Y lo escucha.
-¿Qué quieres que te haga?
-¡Que reciba la vista! -gritó.
Y amaneció su primer día....
ELBIO R. LEZCHIK