Hoy doña Irene no tiene qué poner en la
mesa. Su esposo en cama necesita un cuidado especial y el alimento es parte
fundamental de ese cuidado. Busca en su cajita y lo que contiene le golpea
fuerte en el corazón.
–No me alcanza – dice por lo bajo.
La salud de su esposo desmejoró
notablemente en los últimos 3 meses y lo ha limitado en el desplazamiento. A
causa de esto solo ella puede ir al banco y hacer las colas para cobrar su
jubilación. Limitando el gasto, sólo en alimento, pues para otras cosas no les
alcanza, consideran que pueden vivir estos días sin buscar los haberes de su
esposo. Así que lo dejan depositado en su cuenta del PAMI. Pero no pensaron que
los días pasarían tan rápido y cuando una vecina se ofreció llevarlos al banco
para sacar todo lo guardado, el cajero les hiela la sangre.
-Saldo “cero” -le informa escuetamente –
La cuenta está vacía.
El terror y el desconcierto les nubló el
entendimiento.
–Yo averiguo qué pasó – dice la vecina y
se encamina hacia una mesa de ayuda.
La noticia los abruma aún más, son
ancianos y algunas cosas legales no logran entenderlas y no comprenden cuando
se les explica que por no retirar los haberes, el estado los retuvo por
considerar al esposo fallecido.
El barrio se moviliza y los ayuda a
realizar los trámites necesarios para volver a cobrar y tratar de recuperar lo
que estaba depositado. Cómo no ayudarlos a ellos, si cuando algún vecino
necesitaba algo ellos eran los primeros en presentarse a dar una mano y no se
iban hasta ver que el conflicto se resolvía. Cómo no ayudarlos, si a pesar de
no tener hijos, cada uno de ellos cuando eran niños, fueron tratados con tanto
amor como si hubieran sido propios. Y eso no se olvida.
Pero los tiempos administrativos no saben
de cuestiones humanas ni de los dolores silenciosos que desgarran el alma. Y
hoy doña Irene no tiene qué poner en la mesa.
Con la cajita en su mano se sienta en la
cocina y recurre al único que puede darle ayuda.
–Dios, ayudame a decidir qué hago con
este dinero, qué puedo hacer de comer- ora entre lágrimas.
Se levanta secándose los ojos y toma su
bolsa. Besa a su marido y le dice que ya vuelve, que sólo sale a comprar lo
necesario para el almuerzo. Suena el timbre. Ella ya estaba a la puerta. La abre
y una vecina con una fuente envuelta en un repasador llena toda la entrada.
–Irene – le dice extendiendo los brazos-
discúlpeme el atrevimiento, pero mientras preparaba los canelones para el
almuerzo, sentía dentro mío que debía prepararle esta fuente también para
usted.
Elbio
R. Lezchik