La visa de extranjero y la
identificación como periodista me permiten conseguir, sin dejar de valorar la
ayuda que brinda el color verde de los billetes que le ofrezco, un guía fiable
que me lleve a través de las imbricadas calles de Jerusalén hasta la residencia
del gobernador. El Jeep descapotado se abre paso a bocinazos entre la
muchedumbre que toma las calles como senda peatonal, los animales de carga que
llevan mercancías a los puestos del mercado, los demás vehículos que nos imitan
y el olor a sahumerios y especies que llena el aire. Hay alegría, se nota en
los rostros, en las voces y en la febril actividad citadina. Esto es algo que
como occidental no lograré comprender. ¿Cómo se puede vivir así en una ciudad
asentada sobre un polvorín y rodeada de enemigos que solo desean su mal?
Llegado a la residencia soy conducido
inmediatamente a una pequeña sala donde me ofrecen jugo de dátiles para
acompañar la breve espera “por retrasos de agenda” del gobernador.
Jerusalén aparece ordenada en sus
nuevas construcciones y su nuevo muro exterior impresiona. Ha recuperado
rápidamente su protagonismo regional luego de más de 70 años de estar en
ruinas, tiempo en que los pocos habitantes que quedaron luego de la gran
deportación fueran abandonados a la buena de Dios. Durante ese tiempo las
regiones próximas crecieron en poderío militar y político, pero siempre sujetas
al orden establecido por el poder central, poder que se respeta a todo lo largo
y ancho del reino. Los sátrapas tienen mano de hierro y todos lo saben. Pero
hoy Jerusalén es otra. Ha cambiado el eje del endeble equilibrio entre la
guerra y la paz. Hoy sus vecinos la respetan.
Me hacen pasar al despacho del
gobernador y éste me recibe con un fuerte apretón de manos. Su porte irradia
respeto. Alto, ancho de pecho, su tupida y prolija barba canosa contrasta con
su reluciente calva. Tiene ojos chicos, oscuros, semi cerrados, como si siempre
estuviera oteando el horizonte para adelantarse a los hechos, atentos para no
perder detalle. Me saluda en mi lengua, quedo perplejo. Luego me explicaría que
es políglota.
El centro de la ciudad es el lugar
más importante intramuros. Allí está el Templo, o lo que quedó de él luego de
que le prendieran fuego durante la invasión. Todas las tardes se frena la actividad
comercial y el pueblo, desde los niños a los ancianos, asiste al oficio
religioso. El sacerdote se llama Esdras, es un erudito en la Ley de Dios, y
junto a sus ayudantes comienza a leer en voz alta los estatutos y mandamientos
de Jehová. Asombra el silencio. Todos están atentos para no perderse ninguna
palabra. Me asignan un lugar para observar a fin de no interrumpir la liturgia.
Luego de la lectura, el sonido de los instrumentos musicales llena todo el
aire. De detrás del altar donde sacrifican los animales, un coro multitudinario
vestido uniformemente con ropas finísimas entona cantos de alabanza a Dios. Las
canciones que componen la liturgia son mayoritariamente poemas escritos por el
rey David, un gran rey que ha marcado profundamente la historia de este pueblo,
segundo desde el comienzo de la monarquía israelí que comenzara unos 550 años
atrás y luego sucedido por su hijo Salomón, autor de más de 3000 proverbios y
artífice del magnífico templo en proceso de restauración.
Le pregunto al gobernador el
significado de su nombre. Es común en los pueblos orientales nombrar a sus
hijos con un nombre que contenga un significado importante para los padres. Me
dice que Nehemías significa “Confortado por Dios”. Sus ojos no perdieron el
pequeño gesto de asombro de mi rostro al escuchar el significado de su nombre y
agrega:
-Esta ha sido mi experiencia con
Dios, alabado sea su nombre, durante toda mi vida.
Los primeros
pasos en política los dio al servicio del rey persa Artajerjes, allí se ganó el
privilegio de ser el asistente o “Copero” del rey. Me explica que este oficio
es considerado como uno de los de mayor confianza dentro del gabinete ya que
participaba en todos los actos y ceremonias de la corte en que hubiera banquete
o comida habitual. Debía permanecer siempre al lado del soberano y estar
pendiente de suministrarle cualquier líquido que ordenara.
En la Secretaria de Estado, busco el
despacho del sub secretario de Protocolos Internos. Me presento y le solicito
que me permitan ver el manual de funciones del puesto “Copero del Rey”. El sub
secretario, de nombre Nahum, accede de buen gusto y me facilita el acceso a una
pequeña sala de lectura para que pueda buscar la información que necesitaba
para esta nota. Allí me entero que ser copero no es para cualquiera. Bajo el
título “Carácter” se describe que la persona que ejerce este oficio debe tener
una higiene cuidada y ser muy discreto porque no se le permite dar risotadas o
realizar comentario alguno de lo que escucha. Debe servirle y traer la copa al
Rey con mucha gracia, resalta.
-Ese día estaba realmente mal, no
podía lograr la compostura adecuada de ánimo para trabajar como corresponde
delante del rey - me cuenta Nehemías al preguntarle sobre cómo llega a la
gobernación de un territorio tan alejado de la capital del reino.
-Tres meses antes por la mañana -
continúa relatando - mientras preparaba
todo para el día de trabajo, recibo la visita de uno de mis hermanos y varios
de mis compatriotas recién llegados de la ciudad de Jerusalén. La alegría que
tuve al verlos es inexplicable. Habían pasado más de veinte años desde la
última vez que estuvimos juntos. Luego de los saludos y de secarnos las
lágrimas, les pregunto por mi querida ciudad y por el resto de la familia,
estaba ávido de noticias y la respuesta me demolió. Los que aún viven allí la
pasan muy mal, me dicen, estamos aterrados a causa de nuestros enemigos, el
muro perimetral está derribado y todas sus puertas quemadas a fuego. Cuando
escuché estas palabras, solo atiné a sentarme pues me daba vueltas la cabeza.
No lo podía imaginar ni creer. Estallé en un llanto tan profundo, que mis
colaboradores vinieron alarmados a tratar de tranquilizarme. Convinimos con mi
hermano y los demás hacer duelo por varios días, ayunar y orar al Dios de los cielos,
alabado sea su nombre, para suplicarle su favor. Lo que nos estaba sucediendo –
continúa -, era el cumplimiento de lo advertido por nuestro Dios, alabado sea
su nombre; le habíamos dejado, la sociedad en su conjunto se había corrompido,
no supimos separarnos de las costumbres de los pueblos vecinos sino que las
copiamos, nos olvidamos de sus mandamientos, preceptos y estatutos por lo que
Él cumplió con sus advertencias.
-En medio de este duelo y
desesperación – dice - recordé que Dios, alabado sea su nombre, había prometido
que si nos arrepentíamos de verdad nos devolvería nuestra tierra y que le dijo
al profeta Jeremías que este cautiverio duraría 70 años, y ya faltaban pocos
para que se cumplieran, así que oré al Dios de los cielos, alabado sea su nombre,
confesando nuestros pecados y solicitando su
misericordia.
-Imaginar a la ciudad en ese estado
me oprimía el pecho – relata-, me costaba conciliar el sueño durante las
noches. En esas vigilias comencé a preguntarme qué podía hacer desde mi lugar.
Si bien los planes de Mardoqueo habían sido desbaratados, los enemigos de los
hebreos seguían vivos y el peligro de que la ciudad sea atacada seguía latente.
Otra cosa que me desvelaba era la falta de unidad entre el pueblo, las luchas
internas por el poder eran devastadoras, pues varios de los grandes estaban
aliados con los árabes y con los samaritanos. No amaban a su pueblo ni a su
Dios. Consideré que con cartas de apoyo del Rey podría reconstruir los muros de
Jerusalén. Esa idea me hacía latir con más fuerza el corazón y oré al Dios de
los cielos, alabado sea su nombre, para que me conceda buen éxito y me de
gracia delante del soberano para hacerle mi petición. Aún en duelo continué con
mi trabajo a la espera del momento oportuno para hablar.
Un sirviente ingresa a la sala con
jugos de frutas y sorbetes y Nehemías se para y se dirige a los ventanales que
dan al jardín interno guardando silencio pierde la vista en el infinito como
para revivir lo pasado y aclarar el relato.
La belleza de los jardines orientales
no tiene comparación, sus simetrías, sus colgantes, la combinación de colores y
texturas, los olores de las flores y las ornamentaciones de un gusto por demás
de exquisito los hacen únicos. El ingreso está presidido por un gran portal de
dos hojas de hierro forjado, sus anchos dinteles están pintados de un azul
brillante con hermosos dibujos en oro y púrpura. Todo el jardín está cruzado
por bien diseñados caminos que pasan debajo de arcos ricamente artesonados y
todos ellos, sin faltar uno, tienen inscriptos su interior con bellas letras en
oro las leyes de Dios, sus estatutos y mandamientos. También están escritos los
salmos que compuso el rey David y los proverbios de su hijo Salomón. Natán, el
jefe de jardineros que me guía por este paseo, me comenta que este es el mejor
lugar para disfrutar de la paz, el silencio y adquirir sabiduría.
-
Todos
los días el gobernador dedica un tiempo antes del inicio de su jornada a pasear
por él, dice que allí se encuentra con Dios –me dice por lo bajo.
Luego de saborear los sorbetes la
entrevista continúa. Reviso mis notas para darle el pié, pero el gobernador no
lo necesitó. Su memoria es extraordinaria.
Nehemías me explica que si bien la
mayor parte del día estaba junto al rey, a causa del protocolo persa no podía
dirigirle la palabra si él no se lo pidiese y no podía mirarle directamente a
los ojos. Todo el servicio debe prestarse con los ojos bajos y la cabeza gacha.
-El tiempo pasaba y mi agonía se
hacía mayor - continúa relatando -. Una tarde mientras los secretarios
despedían a unos embajadores y se acondicionaba la sala del trono para la
próxima entrevista, el rey se dirige directamente a mí y me pregunta el motivo
de mi semblante caído. Miro a la reina Ester que estaba a su lado y con los
ojos me hace una seña para que hable con confianza. Elevo en mi mente una
oración al Dios de los cielos para que me dé las palabras justas y le cuento
todo desde la visita de mi hermano, mis ayunos, duelos y el anhelo de mi
corazón. El rey me escuchaba atento. Al terminar de hablarle bajo mis ojos para
esperar sus órdenes, y tras un breve silencio me pregunta cuánto tiempo me
llevaría realizar lo que quería y cuando volvería a tomar mis funciones en
palacio. La respuesta le satisfizo y me dio los permisos que necesitaba para
armar el viaje, la compañía y las credenciales del reino para ejercer autoridad
y solicitar al Tesorero de esa región todos los materiales que necesitase.
Al llegar a este punto del relato, el
gobernador se detiene. Noto lágrimas en sus ojos; sus labios están apretados.
No es tristeza, su rostro esta rutilante y hasta parece que hubiesen desaparecido
sus arrugas. No hablo, no pregunto, solo lo dejo con sus recuerdos.
-Dios ha sido muy bueno conmigo y con
su pueblo - continúa de repente -. Desde que puse mi pié en esta tierra, las
intrigas se comenzaron a tejer contra mí pues por el solo hecho de llegar y
desear el bien de Jerusalén me había convertido en el principal enemigo y
objetivo a destruir de todos los pueblo que nos rodean. Los espías entraban y
salían amparados por algunos de los principales de la ciudad ya que su lucro
provenía de mantener el status cuo situacional. Intentaron matarme varias veces
preparando emboscadas en lugares que debía pasar o me invitaban a reuniones
bilaterales para tratar diversos asuntos de la región, pero siempre me llagaba
el aviso de sus intenciones y no dejé, con la ayuda del Dios de los cielos,
alabado sea su nombre, que me atrapen en sus redes. Mientras tanto la obra
avanzaba, casi no dormíamos, pues de día trabajábamos en la reconstrucción del
muro y de noche hacíamos guardia. Organicé al pueblo por familias y le indiqué
en qué parte debía trabajar cada una. Allí se trabajaba, se comía y se hacía
guardia. No me cambié las ropas durante todo ese lapso y terminamos la obra en
cincuenta y dos días, menos de dos meses. La gente dice que esto fue increíble,
pero yo les digo que no, sino que fue milagroso, la mano del Dios de los
cielos, alabado sea su nombre, estuvo con nosotros y nos dio las fuerzas y
velocidad necesarias para hacer esta proeza. A ninguna nación de las que nos rodean
le quedan dudas de que fue Él el que hizo la obra.
Me quedo meditando en esa hazaña,
trato de imaginar al pueblo en la febril tarea de remover piedras, limpiar el
sector que le corresponde a cada uno, acarrear madera, elevar y alinear los
nuevos bloques que pesan casi una tonelada cada uno, montar guardia, hacer
vigilas interminables....
-¿Cómo logró hacer que todo el pueblo
trabajase y se lograra ese record? - le pregunto.
-Ya se lo dije en varias
oportunidades durante mi relato - me responde-
- El Dios de los cielos, alabado sea
su nombre, fue quien nos dio las fuerzas necesarias para iniciar y acabar esta
obra.
- Pero Dios no se ve y usted era en
ese momento el líder visible - le cuestiono -, ¿qué hizo para que el pueblo lo
siga?
-Tuve planeado todos los detalles,
sin faltar alguno, desde el momento en que elevé a Dios, alabado sea su nombre,
mis oraciones a favor de mi pueblo y mi ciudad, y además me propuse ser ejemplo
- me responde -, no hice uso de mis privilegios de gobernador, trabajé a la par
del pueblo y juzgué con rectitud.
- Vaya que fueron tiempos duros -
observa por lo bajo, y entornando los párpados se tira para atrás en su sillón
como reviviendo esos días.
- Al llegar a Jerusalén – continúa -,
no le revelé a nadie mis planes; los tres primeros días los ocupé en saludos y
visitas ya que nuestra comitiva despertó mucha curiosidad y evaluar de primera
mano la situación social reinante. La noche del tercer día, cuando todos dormían
salí a recorrer las ruinas del muro y evalué a la luz de la luna todos los
daños. Mi cabeza sacaba cuentas del material que se necesitaría y de la
cantidad de mano de obra que debía reclutar. Al otro día reuní a los jefes de
familias y demás líderes y les comenté cómo el Dios de los cielos, alabado sea
su nombre, había sido propicio conmigo y cómo había arreglado todas las cosas
del viaje, les informé que tenía las instrucciones necesarias para reconstruir
el muro y los animé a poner manos a la obra. Quedaron perplejos y salvo los que
estaban confabulados con nuestros enemigos, el pueblo entero estalló en gritos
de alegría y alabanzas a nuestro Dios. El Dios de los cielos, alabado sea su
nombre, me confortó en todo ese tiempo dándome ánimo y entereza de espíritu
para llevar a cabo toda la obra.
Un sirviente ingresa al despacho de
gobernador y se da por concluida la entrevista. Le estrecho la mano y le doy
gracias por su tiempo, me saluda con la paz del Señor, el “Shalóm”, y como corolario me solicita que
cuando revise mis notas y escriba esta entrevista no olvide lo más importante
de todo lo acontecido. Le miro para entenderle pero no lo logro.
-
Lo
más importante – dice - es que con Dios, alabado sea su nombre, todo es posible.
Y con una sonrisa y un leve gesto de
su cabeza cierra la puerta de su despacho.
El secretario del gobernador me
acompaña hasta las escalinatas de la residencia. El ritmo febril de la ciudad
me golpea. El Jeep con mi guía me estaba esperando y me lleva de regreso al
hotel. Mientras recorremos las calles puedo ver a lo lejos la silueta del muro
de la ciudad. Debo reconsiderar mi relación con Dios.
Elbio R. Lezchik