sábado, 13 de febrero de 2016

Dudo

Dudo, dudo. Ante cualquier duda, dudo, por las dudas…

No dudo por ser dubitativo, falto de decisión. No, sino que me molesta que quieran abusar de mi confianza, que intenten engañarme en mi buena fe. Por eso cuando lo que sucede sale de lo común, coloco un manto de duda hasta que pueda ver con claridad los sucesos y comprobar la veracidad de los hechos. Y casi siempre el tiempo declara la verdad. Muchos son los engañados por creer ciegamente a los que se declaran iluminados y dueños de alguna verdad; profetas con carisma y lenguaje seductor que se aprovechan de las circunstancias para tener su minuto de fama y llenarse los bolsillos de dinero ajeno. Pero con Jesús fue distinto, pues lo que hacía y decía superaba todo lo escuchado y visto en nuestra patria o recordasen los ancianos del pueblo. Luego de cada sanidad yo indagaba sobre la historia de esa persona y no hallaba fisuras en su respuesta que me indujesen a pensar en el engaño o en alguna escena preparada para causar impacto. Todos conocían al enfermo y reconocían la sanidad milagrosa, extra natural y eso me dejaba atónito. Comencé a seguirle y a escucharle por curiosidad; lo que decía se contradecía con cualquier deseo de conquistar a las masas; cada vez que enseñaba, más líderes se le oponían en forma abierta y también muchos del pueblo, pero a Jesús no le importaba. Él seguía con su prédica sobre el reino de los cielos y los milagros eran cada vez más sorprendentes.

Cuando me llamó, dudé si se refería a mí o a otro. Éramos muchos ese día en la montaña y su discurso fue excelente. Como de costumbre, traté de retener todo lo que dijo para analizarlo a fondo para ver si quería engañarme o tenderme una trampa. Al oír mi nombre mi corazón dio un vuelco y comenzó a latir con fuerzas, pero me contuve en responder y miré a mi lado para verificar si alguien con mi mismo nombre se adelantaba y se dirigía al grupo de los que estaba escogiendo para ser sus apóstoles. Pero nadie se movió. Lo miro nuevamente y el gesto de su cara, mezcla de picardía, benevolencia y conocimiento de lo que me estaba pasando me confirma que el llamado era yo. Me encantó, no me perdería nada de lo que haría o enseñase y podría verificar lo veraz de los hechos.

Y me cambió la vida. Los milagros que Jesús hacía eran de no creer. Yo me retrasaba siempre un poco más viendo lo que sucedía para verificar lo que a los ojos de todos estaba pasando, y todo era real. Manos enjutas que tomaban su forma normal envueltas en un frenético movimiento interno de huesos y músculos que petrificaba la espalda solo de verlo; pies deformados pendiendo inútiles que de repente tomaban volumen muscular y lanzaban hacia arriba a su dueño en piruetas, gritos y lágrimas de alegría; madres que recibían a sus hijos que volvían de la muerte dentro de las mortajas que pugnaban por salir y espantaban a todos los integrantes del cortejo fúnebre. Era real, no cabían dudas.

El súmmum de todo lo tuvo a Pedro como protagonista. Pasado en espanto de ver a Jesús caminar en la noche sobre el lago embravecido con el ruido del viento que ensordecía todo, veo a Pedro que se sienta sobre la borda de la barca y se tira al agua. El grito que pegué se me cortó cuando veo a Pedro paradito a estribor de la barca y comenzando a caminar hacia Jesús subiendo y bajando al ritmo de las olas. Allí sucedió algo muy rápido que no alcancé a ver bien qué pasó, pero de repente Pedro se hunde y Jesús se apuró hacia él y lo alza nuevamente sobre las olas y, es verdad lo que les digo, ambos volvieron caminando. Si, caminando hasta la barca y trepándose por la borda inquieta subieron a la barca y todo se calmó, la serenidad nos rodeó y exclamé de rodillas ante Jesús ¡realmente eres el Hijo de Dios!

Su muerte me desmoronó. No lo tenía previsto como posibilidad, era el Hijo de Dios y podía haber bajado de la cruz como le decían los líderes religiosos y dejarlos a todos atónitos, pero se murió. Ahora no sé en qué creer siendo que me ocupé de analizar cada evento para no caer en el engaño que ahora desgarra mi corazón. Se murió y todo terminó. Pedro me quiso convencer de que hoy resucitó, pero nadie tiene ese poder que tenía Jesús para resucitar muertos. ¿Quién va a resucitar a Jesús? ¿Pedro, Esteban, Juan, Judas? Yo no les creo y ya hace más de una semana que está muerto. Desde ahora más que antes, voy a poner mucho más cuidado en ver para creer.

-La paz esté con ustedes.
-¡Señor Jesús, estás vivo!
-Tomás, ven, pon tu mano aquí, mira mis manos; dale, métela en mi costado, y no seas incrédulo sino fiel.
-¡Señor mío y Dios mío!
-¿Has tenido que verme en persona para acabar de creer? Dichosos los que sin haberme visto llegan a creer.


Elbio R. Lezchik

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